Ramón Méndez es uno de los tantos físicos que promovieron el desarrollo de las energías renovables en Uruguay. Su caso marcó un antes y un después en la historia del país, particularmente en su transición energética.
En 2008, la vida del físico uruguayo Ramón Méndez dio un giro inesperado cuando recibió una llamada que cambiaría no solo su carrera, sino también la forma en que Uruguay genera su electricidad. Fue un año de oportunidades dentro del sector de las energías renovables, particularmente para los profesionales como él que tienen los conocimientos necesarios para promover el desarrollo del país.
Desde su oficina en la universidad de Montevideo, Méndez fue contactado por el entonces ministro de Industria, Energía y Minería, quien lo invitó a liderar un ambicioso proyecto: reducir la dependencia del país de los combustibles fósiles importados y apostar por una transición energética hacia fuentes renovables.
Hasta ese momento, el uruguayo había dedicado su carrera a la academia, centrado en la física de partículas y estudios sobre los primeros instantes del universo. A pesar de sus dudas iniciales y de las recomendaciones de conocidos que le sugerían dejar la tarea en manos de expertos en política, finalmente aceptó el desafío.
Ese reto, que en un principio parecía arriesgado, resultó en una transformación sin precedentes. El territorio, en cuestión de pocos años, logró generar hasta el 98% de su electricidad a partir de fuentes renovables, con un papel destacado de la energía eólica, que ahora representa más de un tercio de su matriz energética.
Dicho cambio fue reconocido a nivel nacional, a tal punto que se convirtió en un ejemplo para otros países que buscan avanzar en la transición hacia energías limpias. Esto resulta sumamente interesante en un contexto de calentamiento global, en el que los combustibles fósiles ya no resultan útiles por su alto nivel de contaminación.
Por su parte, la realidad en la que Uruguay decidió embarcarse era compleja. Los precios del petróleo se disparaban, alcanzando niveles récord en 2008. Esto generó una creciente preocupación por la dependencia de los combustibles fósiles.
La respuesta de Méndez y su equipo fue innovadora: diseñaron un sistema que no existía en el mercado y que, 15 años después, sigue despertando el interés de expertos en el mundo.
El caso de Uruguay, un país que enfrentaba una crisis energética y logró en tiempo récord reposicionarse como líder en energías renovables, es hoy un ejemplo a seguir. La estrategia de pensar por fuera de lo convencional permitió que el país sudamericano se transformara en un modelo global de sostenibilidad, aprovechando los recursos naturales como el viento y el sol.
¿Cuáles son las principales fuentes de energía en Uruguay?
En 2008, Uruguay dependía en un 39% de combustibles fósiles para generar electricidad. En la actualidad, esa cifra se redujo a menos del 10%. Sin producción propia de petróleo, gas natural o carbón, el país sudamericano, con una población de 3,4 millones de habitantes, se veía obligado a importar combustibles a costos cada vez más altos.
En ese momento, una sequía había afectado gravemente a las centrales hidroeléctricas, que eran la principal fuente de energía, mientras que la creciente demanda de electricidad impulsaba al alza las tarifas. Ante esta situación, las autoridades empezaron a considerar la energía nuclear como una alternativa para reducir costos y disminuir la dependencia de las importaciones de electricidad desde Argentina y Brasil.
Ramón Méndez, un físico con experiencia en investigación nuclear tras 12 años en Europa y América, comenzó a interesarse en la problemática energética del país. Si bien el ámbito de la generación eléctrica a nivel nacional era nuevo para él, desarrolló una propuesta basada en las energías renovables locales, que rápidamente captó la atención de las autoridades.
En lugar de recurrir a la energía nuclear, Méndez sugirió seguir el camino de las energías eólica y solar, tomando como referencia el modelo de Dinamarca, pionero en la interconexión de fuentes eólicas con las centrales hidroeléctricas de Noruega.
Sin embargo, el territorio uruguayo decidió desarrollar esa sinergia con la ayuda de un sistema que gestiona la variabilidad de las distintas fuentes energéticas mediante un software especializado. De esta manera, se cubre la demanda en los momentos de mayor consumo, mientras que el agua de las represas se usa como respaldo cuando el viento o el sol fueran insuficientes.
Este ambicioso plan requirió una inversión significativa, lo que planteó el desafío de reducir la percepción de riesgo para atraer a los inversores. Cuando José Mujica asumió la presidencia en 2010, impulsó un acuerdo multipartidario sobre la política energética que estableció metas a largo plazo, enviando una señal de estabilidad a los potenciales inversores.
En 2011, se lanzó su primera gran licitación para incorporar energías renovables a su matriz energética. Los buenos resultados llevaron a nuevas licitaciones, y en solo una década, el país invirtió más de 8.000 millones de dólares, equivalente al 10% de su Producto Bruto Interno (PBI) actual, en energías limpias.
Gracias a este esfuerzo, la energía eólica pasó de representar apenas el 1% de la matriz eléctrica en 2013 a cubrir el 34% en 2018, un crecimiento impresionante y más rápido que en cualquier otro país, según el investigador Joel Jaeger del Instituto de Recursos Mundiales.
Actualmente, la matriz energética uruguaya se compone en un 50% de energía hidroeléctrica, 12% de biomasa, 3% de energía solar, y solo un 2% de térmica basada en combustibles fósiles.
Lo cierto es que el desarrollo de decenas de parques eólicos, fotovoltaicos y centrales de biomasa no solo transformó la matriz energética del país, sino también su paisaje, consolidando a Uruguay como un referente en la transición hacia energías renovables.