Japón apostará por las energías renovables, al consolidar su aporte dentro del sector. El foco estará puesto en cambiar por completo el sistema tradicional de electricidad para 2040, con un fuerte desarrollo de fuentes limpias.
En la actualidad, Japón enfrenta un desafío energético trascendental. Tras las secuelas del desastre nuclear de Fukushima en 2011, el país se planteó un ambicioso objetivo: hacer de las energías renovables su principal fuente de electricidad para 2040.
El Gobierno proyectó que para esa fecha, entre el 40% y el 50% de la electricidad provenga de fuentes renovables, un avance considerable respecto al 23% registrado en 2023 y al objetivo intermedio del 38% previsto para 2030. Esta transición no solo pretende reducir la dependencia de los combustibles fósiles, sino también lograr la neutralidad de carbono para 2050.
En el contexto de los conflictos internacionales, como la guerra en Ucrania y las tensiones en Medio Oriente, el territorio japonés busca reforzar su autosuficiencia energética. A pesar de su limitada disponibilidad de recursos naturales, apuestan por una combinación diversa de energías, incluyendo solar, eólica y nuclear, para alcanzar sus metas.
En 2023, las fuentes limpias representaron el 23% de la generación eléctrica, mientras que los combustibles fósiles abarcaron el 70% y la energía nuclear tuvo una participación del 8.5%. Para 2030, se espera que las renovables alcancen el 38%, reduciendo la dependencia de los combustibles fósiles al 42% y aumentando la contribución nuclear al 20%. Estas metas reflejan el compromiso de las autoridades con una transición energética más sostenible y diversificada.
Cabe destacar que el accidente de Fukushima marcó un punto de inflexión que redujo drásticamente el uso de la energía nuclear en Japón. Sin embargo, el Gobierno tomó la decisión de revitalizar esta tecnología, con el objetivo de que para 2040 contribuya al 20% de la generación eléctrica, el doble de su participación actual del 8.5%.
Pese a la oposición de algunas comunidades, desde la gestión argumentan que la energía nuclear es indispensable para garantizar un suministro energético estable. Aunque las memorias de Fukushima siguen siendo un obstáculo, Tokio mantiene que la inclusión de esta fuente es esencial para alcanzar sus objetivos energéticos a largo plazo.
¿En qué situación se encuentra Asia respecto al desarrollo de las energías renovables?
El ambicioso plan de Japón para expandir las energías renovables enfrenta un desafío crítico: el crecimiento exponencial de la demanda de electricidad. Con el avance de la Inteligencia Artificial y la intensificación de la producción de semiconductores, se prevé que la necesidad de recursos eléctricos aumente entre un 10% y un 20% para 2040. Dicha situación plantea interrogantes sobre la capacidad para alcanzar la autosuficiencia energética.
La estrategia energética nacional se fundamenta en una combinación cuidadosamente equilibrada de diferentes fuentes. La energía solar promete ser un pilar fundamental en el incremento de la generación renovable, mientras que la eólica, especialmente en las zonas costeras, complementará esta producción con una fuente consistente. La nuclear, por su parte, se considera esencial para ofrecer una base estable que garantice la continuidad del suministro.
Para alcanzar estos objetivos, los expertos consideran que será necesario enfrentarse a diferentes desafíos tecnológicos, sociales y políticos. La transición hacia un modelo energético sostenible requiere no solo infraestructura adecuada, sino también un consenso público que respalde estas decisiones. En este contexto, el pragmatismo se impuso a las posturas ideológicas, destacando la importancia de un enfoque estratégico y equilibrado para garantizar el futuro energético del país.
Con el tiempo en contra, Japón enfrenta la necesidad urgente de consolidar un camino hacia la sostenibilidad. Las energías renovables ocuparán un lugar central en esta visión, sin dejar de lado el papel indispensable de otras fuentes, como la nuclear, para asegurar un sistema energético estable y seguro.
¿Qué pasó en el accidente de Fukushima?
El 11 de marzo de 2011, la central nuclear de Fukushima Daiichi sufrió un grave accidente provocado por un tsunami que inundó sus instalaciones, apenas una hora después de un terremoto en la región de Tohoku, el más fuerte registrado en la historia del país. Este incidente se convirtió en el peor desastre nuclear desde Chernóbil en 1986.
Operada por Tokyo Electric Power Company, la central contaba con seis unidades, de las cuales cuatro estaban situadas a unos 10 metros sobre el nivel del mar, y dos ligeramente más elevadas, cerca de la costa. En el momento del desastre, solo tres reactores estaban en funcionamiento, los cuales estaban ubicados en la zona más baja y cercana al mar.
El terremoto cortó las líneas de alimentación eléctrica externas, dejando a la central sin suministro eléctrico. Posteriormente, el tsunami causó daños catastróficos en los sistemas operativos, de seguridad y en diversas estructuras. Esto llevó a la pérdida de la capacidad de enfriamiento de los núcleos de los tres reactores en operación, lo que provocó su fusión y la fractura de las vasijas que los contenían.
La fusión de los núcleos liberó hidrógeno, que se acumuló y generó explosiones en los edificios de tres reactores. Dichas explosiones ocasionaron la dispersión de materiales radiactivos al aire, al suelo y al mar, incluyendo liberaciones directas de agua contaminada al océano.
Como medida de protección, se evacuó a la población que residía en un radio de 20 kilómetros alrededor de la central, mientras que quienes vivían entre 20 y 30 kilómetros fueron instados a permanecer en sus hogares o a evacuar voluntariamente.
El impacto del accidente marcó un antes y un después en la gestión de la energía nuclear, dejando profundas consecuencias ambientales, sociales y económicas.